viernes, 24 de febrero de 2012

EPÍLOGO




Rasgo los matices que envuelven cada acto. En cada palabra hay una sombra, en cada mirada un puente o un abismo, en una mano la tibia respuesta o ese calor decoroso que da saberse el uno al otro.
Busco en los silencios el vértice perfecto, en la luz la herida sin tacha, el filo caliente de un cuchillo, el dolor suave de la ausencia y el murmullo del aire al sentirse vivo.
Hay en el viento restos de nosotros, de otros, de todos lo que a veces te dejan emociones que nunca conociste o que nunca esperabas a esas horas invadiendo tu cuerpo o deshojando en tu cabeza todas las preguntas.
Llueve y cada gota culmina un viaje, se hace en tu piel un suspiro frío y sucumbe dormida, exhausta, aunque sea sólo eso, el resto mínimo de una nube.
Fuera de mí, en el mundo que me rodea a pocos metros, la vida me da tanto para elegir que ya, en ese proceso de desgaste que es el amanecer, debo sentirme lo suficientemente receptivo para no sólo escuchar lo que dentro se ha hecho huella o solamente el sedimento de un nueva decepción…Cada día me reserva una tarde expuesta al agotado sentimiento de la desaparición y al renacer constante del milagro de la noche, la umbría penetrando hasta el tuétano de cada uno de nosotros, cuando el universo nos coloca enfrente de un montón de pequeñas cosas llenas de preguntas y silencios.






FERNANDO SARRÍA


lunes, 13 de febrero de 2012

El prólogo de Ángel Guinda






PRÓLOGO






Ansiedad de la melancolía
Hay un modo de ser poeta como ser centinela: un estar de guardia
permanente, aunque sereno, a la espera de que la semilla de lo
poetizable encuentre el momento propicio para la siembra y la coyuntura
favorable para la sazón de convertirse en fruto. Y otra manera
de serlo cuya alegoría es el cazador, el impaciente espíritu que
persigue la presa -el poema- para dar permanencia a los momentos
vividos, agazapados ya en el tiempo. Fernando Sarría pertenece
a esta segunda estirpe del poetizar.
Uno de los puntos de mi Poética (Arquitextura) propone “Escribir
como se vive. Escribir como se es”. José Luis Sampedro eligió
como título para sus memorias el axioma Escribir es vivir.
Fernando Sarría escribe porque vive, naturalmente; pero,
sobre todo, escribe para vivir más, para seguir viviendo, para no
morir.
Fernando Sarría escribe para encantarse, para protegerse de la
realidad, parapetado en una atmósfera hechizada como exorcismo;
porque lo escrito, aunque vivido, es ya una realidad otra, mejor.
En este libro, Las horas, la poesía es acción, descarga, reacción
del pensamiento que siente, de la memoria que lucha contra la
desolación. Es también un trance agónico, un tremendo combate
por acelerar la llegada de lo que se desea, un dique para evitar que
lo alcanzado se vaya.
Poesía sensorial, arrojada como un vómito de impulsos arrebatados.
Poesía eléctrica, magnética, respiración, bandera de náufrago,
crónica y transcripción de cada íntimo existir concreto
como si fuera el último de toda una existencia.
Cántico corporal de lo efímero: lo inefable de cada nuevo encuentro
como una presencia, un descubrimiento o una aparición;
el amor, la belleza, el placer, lo posible.
La inmediatez temática y la claridad de forma no privan a
esta poesía de destilar, con cuentagotas, perlas metafóricas: “luciérnagas
en la penumbra eran sus dedos”, símiles sorprendentes:
“las islas son como tu espalda” o audaces sinestesias: “el sabor azulado
de tu boca”.
El mejor libro hasta hoy de este poeta irreductible.






Ángel GUINDA
(Madrid, Primavera del 15 M)




sábado, 11 de febrero de 2012

De la presentación de María Ángeles Naval

















Las horas habla de lo que va quedando del mundo y del amor conforme pasan las horas, los días y finalmente los años. El libro está estructurado en tres partes precedidas por un prólogo de Ángel Guinda y clausuradas por un epílogo del autor. Estas partes son: Las horas tempranas (inauguradas por una cita de Borges); Las horas de la tarde (que preside José Luis Cano); y las horas de la noche (abiertas por un poema que habla del fuego de la destrucción y el abandono del creacionista Vicente Huidobro).
(…)
El cuerpo sobre el que se proyecta el deseo y la sed en el amanecer acaban convirtiéndose en el tiempo mismo. El tiempo ocupa un espacio, un espacio de carne, un cuerpo, un cuerpo compañero y un cuerpo que se ofrece para el amor. El tiempo es el cuerpo y el cuerpo es para el amor.












La calculada estructura del libro de Fernando Sarría, que concede el protagonismo a las horas y no a las edades de la vida, modifica el sentido último de estas imágenes de vida y tiempo, de fuego de amor y de ceniza al final de la juventud. En este libro se nos habla del tiempo de la vida, claro, pero la peculiaridad es el aire cíclico que le confieren las horas. De manera que las horas de la noche no son la sanción definitiva del tiempo, no constituyen un punto definitivo de llegada y conclusión, no son el final del viaje. Son simplemente las horas de la noche, simples horas sin luz a las que sucederá la luz del amanecer, la luz del mundo y del deseo del mundo.






María Ángeles Naval







(muchas gracias)