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domingo, 7 de octubre de 2012

Se resume el verano






Se resume el verano entre tu pelo.
Al lado del jazmín   
mis dedos te cabalgan
y se hacen dueños de tu nuca.
Adormeces el mar,
el pinar se deja las miradas hacia dentro
y te acerco el Mediterráneo al mojarte con mis labios.
Tantas islas en tu espalda
esperando ser un muelle de abandono.
El deshacer de las cuentas
me lleva a perder su número.
Zarpa mi lengua buscando oscuridad
en la tierra de acogida.
Erige puertos nuevos,
recrea la luz entre los pliegues perfectos de tu piel,
mientras tú enumeras para mí solo, uno a uno,
todos los posibles gemidos de la noche.



sábado, 9 de junio de 2012

Ha vuelto a ser invierno en las islas







Ha vuelto a ser invierno en las islas.
Suele nevar cuando mi corazón está triste.
Los pájaros marinos se guarecen en la playa
arropados unos con otros,
andando despacio por la arena húmeda.
De nuevo veo el faro.
Siempre guardo el recuerdo
de aquel tipo solitario
que divisaba el horizonte los días despejados
y estudiaba las mareas,
las corrientes marinas,
las aves y la flora de este lugar del mundo.
Así, como todo lo que cambia,
él se fue y se quedó sola la soledad.


Foto de Antonio Castellano



miércoles, 11 de abril de 2012

No tuve entre mis labios todos tus pecados






No tuve entre mis labios todos tus pecados,
aunque pronuncié cada uno de los verbos que nacían de tu boca,
ese lado del hielo que pusiste tan cerca de la orografía de las emociones.
Tus besos traían rosas marcadas, flechas con imperativo de veneno,
mientras rodeabas la cama con las luces de las velas,
el tálamo donde la batalla solo consumaba una derrota.
Supe rendirte tantas veces como perdí entre tus brazos.
Las señales de tu espalda siempre me dijeron de tu vida de pájaro.
Cuando te recuerdo miro al cielo,
quiero tentar de nuevo y devorar otro ángel caído.


viernes, 24 de febrero de 2012

EPÍLOGO




Rasgo los matices que envuelven cada acto. En cada palabra hay una sombra, en cada mirada un puente o un abismo, en una mano la tibia respuesta o ese calor decoroso que da saberse el uno al otro.
Busco en los silencios el vértice perfecto, en la luz la herida sin tacha, el filo caliente de un cuchillo, el dolor suave de la ausencia y el murmullo del aire al sentirse vivo.
Hay en el viento restos de nosotros, de otros, de todos lo que a veces te dejan emociones que nunca conociste o que nunca esperabas a esas horas invadiendo tu cuerpo o deshojando en tu cabeza todas las preguntas.
Llueve y cada gota culmina un viaje, se hace en tu piel un suspiro frío y sucumbe dormida, exhausta, aunque sea sólo eso, el resto mínimo de una nube.
Fuera de mí, en el mundo que me rodea a pocos metros, la vida me da tanto para elegir que ya, en ese proceso de desgaste que es el amanecer, debo sentirme lo suficientemente receptivo para no sólo escuchar lo que dentro se ha hecho huella o solamente el sedimento de un nueva decepción…Cada día me reserva una tarde expuesta al agotado sentimiento de la desaparición y al renacer constante del milagro de la noche, la umbría penetrando hasta el tuétano de cada uno de nosotros, cuando el universo nos coloca enfrente de un montón de pequeñas cosas llenas de preguntas y silencios.






FERNANDO SARRÍA


lunes, 13 de febrero de 2012

El prólogo de Ángel Guinda






PRÓLOGO






Ansiedad de la melancolía
Hay un modo de ser poeta como ser centinela: un estar de guardia
permanente, aunque sereno, a la espera de que la semilla de lo
poetizable encuentre el momento propicio para la siembra y la coyuntura
favorable para la sazón de convertirse en fruto. Y otra manera
de serlo cuya alegoría es el cazador, el impaciente espíritu que
persigue la presa -el poema- para dar permanencia a los momentos
vividos, agazapados ya en el tiempo. Fernando Sarría pertenece
a esta segunda estirpe del poetizar.
Uno de los puntos de mi Poética (Arquitextura) propone “Escribir
como se vive. Escribir como se es”. José Luis Sampedro eligió
como título para sus memorias el axioma Escribir es vivir.
Fernando Sarría escribe porque vive, naturalmente; pero,
sobre todo, escribe para vivir más, para seguir viviendo, para no
morir.
Fernando Sarría escribe para encantarse, para protegerse de la
realidad, parapetado en una atmósfera hechizada como exorcismo;
porque lo escrito, aunque vivido, es ya una realidad otra, mejor.
En este libro, Las horas, la poesía es acción, descarga, reacción
del pensamiento que siente, de la memoria que lucha contra la
desolación. Es también un trance agónico, un tremendo combate
por acelerar la llegada de lo que se desea, un dique para evitar que
lo alcanzado se vaya.
Poesía sensorial, arrojada como un vómito de impulsos arrebatados.
Poesía eléctrica, magnética, respiración, bandera de náufrago,
crónica y transcripción de cada íntimo existir concreto
como si fuera el último de toda una existencia.
Cántico corporal de lo efímero: lo inefable de cada nuevo encuentro
como una presencia, un descubrimiento o una aparición;
el amor, la belleza, el placer, lo posible.
La inmediatez temática y la claridad de forma no privan a
esta poesía de destilar, con cuentagotas, perlas metafóricas: “luciérnagas
en la penumbra eran sus dedos”, símiles sorprendentes:
“las islas son como tu espalda” o audaces sinestesias: “el sabor azulado
de tu boca”.
El mejor libro hasta hoy de este poeta irreductible.






Ángel GUINDA
(Madrid, Primavera del 15 M)




domingo, 8 de enero de 2012

Cerré los ojos...






Cerré los ojos mientras tu boca recorría los alrededores de la dicha.




Líbrame de este viaje por la oscuridad de Europa.
Tráeme cerca del Sena,
quiero volver a desembarcar de un tren del sur
y andar por las calles donde las hojas del otoño nos esperan.
Hay un alarde de viento que viene con la lluvia,
esa tormenta bajo la que somos un aguacero de dudas y preguntas.
La rue des Rossiers hierve en el vacío de tu nombre,
aquellos pasos nuestros retuvieron un eco de besos y caricias.
Arde todavía el verano,
la soledad se ha dejado media vida arrimada a la mía.
Sueño entregado a escuchar tu respiración recorriendo mi cuerpo.
Cada gota de sudor se hace de los dos,
se disuelve en la piel,
cubre de semillas cada poro del otro.
Ven de nuevo y que tus labios se pronuncien en amapolas,
me reconozco en tus uñas y en el sabio desafío de tu lucha…
Hoy, como todos los días,
mi ejército desperdigado y confuso ha sucumbido a tu boca.




miércoles, 28 de diciembre de 2011

Yo anduve por Venecia cuando tú la soñabas








Yo anduve por Venecia cuando tú la soñabas
y sentías lejano el dolor de la ausencia.
En las encrucijadas,
quedaron mis pasos, esperándote
tras las viejas canciones
y espiando la mirada inquietante de un nuevo silencio
que iba creciendo como la mansedumbre de los gatos.
Pisé el mármol blanco desgastado y húmedo,
contra las olas de los que partían
se mojaban sin piedad mis zapatos,
y debajo de los oscuros porches de las tiendas del vidrio,
o en cualquier plaza tranquila con sabor de amaranto,
ardía, en el aire del verano,
el sendero abierto por un violín estremecido.




Fotografía de Mónica Bellucci en la película de Philippe Garrel







miércoles, 14 de diciembre de 2011

Después de ti, tu boca,








Después de ti, tu boca,
ese paréntesis cálido de cruces sin destino
donde me dejó el olvido.
Un vocablo quedó entre tus labios,
un anuncio de fuego, la llama sin recuerdo,
la lluvia impertérrita que siempre se pronuncia a todos.
Nunca fue tu falda un mundo de imposibles para mis manos,
ni tus muslos desnudos y blancos
una vuelta más a Cartago y a la derrota.
Crucé la senda oscura de la noche como tantos,
y dormí junto a ti, encimado a tu vientre,
sin saber de los días hasta la media tarde.
Ahora ya sé - los años no perdonan -
todas las ciencias exactas que ocultaba tu piel.
Sé del color aceituna de tus ojos
cuando mirando a lo lejos buscaban siempre otro peligro,
de la densidad del vaho que dejabas
cuando acercándote a mí
me citabas con un nombre ficticio.
Sé cuanto tuve de ti, lo que llegué a perder
mientras iba y venía por la vida
tras un hilo caliente nacido de tu boca.







Foto de Mario Sorrenti de Kate Mosse




lunes, 28 de noviembre de 2011

Un ángel dormido









Un ángel dormido abrigaba entre sus manos el miedo.
Te oí respirar tan cerca de mí que en sueños me estremecías.
Sobre el río se difuminaba el viaje nocturno de la luna,
la estela se derrumbaba certera
como losas de piedra entre las aguas.
Te oía respirar, es indefinible la sensación que me abarcaba.
Sin remedio, la cama se hundía bajo un montículo de arena
cercada por el océano.
Abracé el lado de tu cuerpo que a centímetros de mí sostenía la luz.
Tu vientre guardaba todavía el color oscuro de mi deseo,
rozando sin prisas la diáfana verdad mis dedos temblaban.
Nunca he sido más valiente ante la soledad.







martes, 15 de noviembre de 2011

Abro la ventana y entra la brisa





Abro la ventana y entra la brisa.
Sin nombre apenas que darte
poseo ahora el rescoldo de la lumbre nocturna
y esta hora ausente de nosotros,
cuando tú duermes y yo oteo el mar.
Las islas son como tu espalda,
se ven en la bruma del horizonte,
y sé que guardan siempre los pájaros y el frío de la mañana,
mientras que a ti, a centímetros de mis dedos,
respirando en silencio,
te cubren una lejanía de sábanas
y todos los pretéritos viajes
que hicimos en la noche.
Guardo este instante.
Lo grabo como he hecho otras veces.
Ya eres igual en mi memoria
que algunas cosas hermosas que me habitan:
el friso del Partenón en el Museo Británico,
el puente de Alejandro III en París sobre el Sena,
el jardín de Csepel rodeado por el Danubio,
el templo de Júpiter en Paestum…
Eubea en medio del Egeo.